Mis amigos dicen que es muy corta mi edad como para ser un vagabundo, la mayoría de ellos dicen haber formado parte de una familia antes de acabar en las calles, algunos cuentan haber huido de sus casas y muchos otros, los más ancianos, dicen haber sido echados como viles objetos sin valor alguno. Todos, sin excepción, cuentan lo maravilloso que es haber tenido un hogar cálido, una familia que te quiere, comida las tres veces al día, personas con quienes compartir todo; cuentan esto con tanto anhelo, y con tanta frecuencia que a veces siento la impetuosa necesidad de callarlos, de decirles que esos tiempos jamás volverán y que acepten la vida que les correspondió, aunque en el fondo quisiera vivir eso que dicen, saborear aunque sea por un momento las delicias del cariño, del amor.
Con toda mi pena me levanto, al estirarme me doy cuenta que tengo lastimada una pierna, recuerdo que ayer un hombre, en un arranque de ira, me lanzó una gran piedra cuando robé un pedazo de carne de su local, la gente suele ser cruel con nosotros los callejeros; el dolor es muy fuerte, pero el instinto por sobrevivir lo es más. Voy cojeando hacia la fuente, a beber un poco de agua, al mirarme en el espejo de agua recuerdo un sueño que tuve: me encontraba sano, limpio, en un hogar acogedor, con una buena familia que me quería mucho, podía jugar, no me costaba ser feliz, sin embargo era sólo un sueño, un sueño que jamás se volverá realidad, pues yo había nacido en las calles, y ahí, en esas calles, seguramente iba a encontrar mi final.
Mientras me encaminaba a ver a mis amigos vi como un viejo pordiosero pedía limosna, lo miré con cierta curiosidad, al parecer el dar lástima era un buen negocio, así que intenté hacer lo mío en otra esquina, me senté y miré a la gente que pasaba delante de mi; al parecer funciona eso de implorar misericordia porque algunas personas se acercan a mi, ven mi cara sucia y mis ojos llenos de ilusión, y me ofrecen algo que comer; para mi corta edad es muy difícil conseguir alimento por mi mismo, así que acepto todo lo que me dan de muy buena gana, una niña que pasó se detuvo y me ofreció un trozo de pan, fue la primera vez que me sentí querido, el mirar aquellos ojos llenos de ilusión al igual que los míos me hizo crear mil fantasías, miles de sueños en los que me encontraba jugando feliz, y quise seguir a esa niña hasta el final, pero ella me rechazó; así de difícil resulta entregarle el corazón a alguien en esta ciudad, debo aceptarlo, me ilusiono fácilmente, y la gente de aquí suele ser bastante cruel conmigo; mi corazón no es muy distinto al de muchos hombres, que a la primera muestra de cariño se entregan sin condición, sin importar ser lastimados, aunque sufran al instante siguiente…
Al encaminarme hacia el mercado, uno de mis amigos me detiene, dice que algo malo le pasó al Rocky, ambos corremos hacia donde estaba, mi andar era lo más apresurado que podía, dado la situación en que me encontraba; llegamos hasta el callejón casi abandonado en el que nos reuníamos siempre, pues ahí la gente llega a tirar sus desechos y a veces logramos encontrar algo importante entre tanta basura; ahí se encontraba Rocky, callado, frágil, sollozando, había sangre en su boca y su mirada perdía el brillo habitual, al verme trato de levantarse, pero su debilidad se lo impidió, sé que me quiso decir algo, pero un último coagulo de sangre terminó por ahogarlo, callándolo para siempre.
Y vuelvo otra vez a aquel rincón a dormir, triste, abandonado, sólo, sin saber cómo terminé aquí, ni que será de mí más adelante; y sin embargo aun albergo algo de esperanza de algún día encontrar alguien que me quiera, que me proteja, porque en realidad es dura la vida en las calles, y más para un vagabundo como yo; anhelo no ser más ese que roba comidas, esa criatura indeseable que a la gente le es indiferente o en su caso prefieren que no haya nacido, porque ya somos muchos los que abarrotamos las calles, los que hacen ruido en las noches con sus cantos de soledad, los vagabundos, los perros callejeros…
Podrás llamarme perro callejero
por entregarme a cambio de un cariño,
sé que mi amor no es el mejor, peor es sincero
porque es amor de niño…
Podrás mirarme como un desecho,
y hasta decir que no merezco ya la vida,
pero me miras, y no oculto sentimientos,
sabes que en el fondo me envidias.
Gonzalo Vega León